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Una Runamula en Nueva York... Las cintas. Primera parte.

Es que no podía definirse si era de día o de noche, su reloj marcaba las cuatro de la tarde, pero la oscuridad era absoluta. Salió de su habitación con una bata semi transparente, se veía (los que podían) sus interiores negros de encaje, ella ya estaba acostumbrada a esas miradas, las cuales desaprobaba son su indiferencia, sin embargo eso no le quitaba su primer objetivo. ¡Claro! era un eclipse, había estado tan inmiscuida en su última investigación periodística, que no se dio cuenta de las noticias, ni del hashtag del twitter ni de las tendencias de las demás redes sociales. Se sintió algo avergonzada, se fue a su habitación, se preparó un baño de tina, caliente, como a ella le gustaba. 

Desnuda comprobó con sus manos la tibieza del agua, el espesor de la espuma, se introdujo poco a poco, se recogió el cabello improvisando un moño de sus rubios cabellos, se sentó suavemente, como si el placer de tener espuma entre las piernas le eran cotidianos, se tocó la vulva, primero un dedo, después dos jugueteando en su cavidad vaginal, nada le perturbaba, solo sus pezones erectos y rosados, que se los lamía de vez en cuando. Ingrid era así de sencilla y deliberada para explorarse y gozar de su sexo, cuando estuvo en Praga la última vez, se hizo de varios juguetes sexuales, no solo por el puro placer de comprar, sino de usarlos, de servirse de ellos. 

En fin, de lo distraída que estaba por el trabajo, no se acordó del eclipse, de su cita con el dentista, ni de cenar. Sonó el timbre, se tomó todo el tiempo del mundo, era ya de día, el fenómeno había pasado, abrió la puerta, no le sorprendió lo que encontró, un ramo de rosas con una cinta. 

Si pudiera compararla con alguna artista conocida, se parecía a Mónica Bellucci, guapa, cuarentona, inteligente y talentosa; estaba segura que su portada sobre trata de blancas iba a ser portada de la revista, porque tuvo que viajar al otro lado del mundo para conseguirlo y poder convivir como una trabajadora sexual por más de tres meses, no sé como la hizo, pero es muy probable que el escritor (o el que escribe la historia, se esté tomando sus licencias para no explicar tanto, por que ahí no radica la historia). 

Entró a su oficina en la 5th Avenue, ocupó su escritorio, y sin más ni más esperó al director de la revista para la esperada entrevista. Habló todo lo que pudo, expuso sus argumentos, su información validada por testimonios, fotos, entrevistas y también las suyas. Quedaron en un grato y silente acuerdo, pasaría a la oficina de corrección y luego a los asesores legales. 


Ingrid, no se percató antes, que en su escritorio había una agenda con un moño de cinta a colores, miró la agenda, la abrió y la vio una más del montón, con frases alentadoras de un conocido escritor  de tercer mundo que vendía frases motivacionales con el viejo cuento del amor. Sí, las cansadas frases que se repetían todos los días las chicas que eran víctimas de la explotación sexual, ahí en Madre de Dios una ciudad ahora devastada por las grandes mafias. Bueno, era la hora de olvidarse de todo, ella quería descanso. 

A pocos metros de su oficina, estaba el Washington Square Park, se deleitó un poco de la naturaleza del lugar, cuando de pronto se encontró al frente del Islamic center de NYU, pasó rápidamente, sin embargo, algo le llamó la atención, un niño se le acercó y le dio un coposo arreglos de globos con elio, y se fue corriendo, a guarecerse cerca al lugar donde los perritos juegan. 

¿Tantas reacciones de gratitud o realmente ya estaba por llegar el amor de su vida? Cogió los globos y los dejó irse uno por uno en señal de gratitud, sin embargo la cinta de color se quedó en su mano, la metió en su cartera y se fue. 

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