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Rafael y Martín, el amor al revés.

Imaginamos que nunca podría terminar, que las cosas pasan porque el destino así lo preparó y que Dios tiene algo especial para nosotros, y ese especial es tu otra mitad, el que te complementa y hace que tus días en este mundo lleno de obstáculos y enemigos sean más llevaderos. Mentira, el amor no tiene mucho que ver con la vida real; es más, alguna vez escuché decir a un terapeuta “experto” en parejas: “muchas de las personas ni se casan con su primer amor ni tampoco encuentran el amor de su vida. Ese día en el que él estaba muy enamorado, su papá murió en un accidente y al poco tiempo ella lo dejó por un novio más maduro, profesional y guapo. 

Creció como crecen los árboles en el bosque, con agua, sol y tierra virgen, sin más contratiempos que los sobresaltos económicos que su juventud alocada y sus estudios ocasionaban. Mientras se enamoraba una y otra vez más, mientras su cuerpo cambiaba de un joven con cuerpo de adulto, escuchó a lo lejos un sonido que le llamó la atención. Empezó la época de los Smarthphones. El basket era su pasión, pero su obsesión después de los amoríos que desencadenaban en algún mal momento psicológico y por consiguiente inolvidable, era tener uno de esos aparatos para ser el centro de atención de las chicas. ¡Aló! 

Empezó por pura casualidad, como que experimentando, tener amigos gays después de todo no era ningún problema para él, estaba segurísimo que nadie lo objetaría, ni su madre, mucho menos sus hermanos mayores. Primero fue una salida, luego entre tragos y medias noches, sucedió lo que esperaba, un “celular” a cambio de sexo, ah y obvio, total discreción por el “servicio”. Y así la casualidad se fue entretejiendo con su vida misma, ocultando ciertas lunas llenas, pero imposibilitando la frágil idea de soñar con tapar el sol con un dedo. 

Ahora que escribo esta historia me agarra cierto remordimiento, veo los cuadros en las paredes de mi habitación y me gritan como monstruos, como si tuvieran vida ¿Pero qué tengo que ver yo en su mala decisión? ¿Por qué cada que miro a mi alrededor, hasta la música me grita su nombre?

Lo conocí en una fiesta, esas donde van cientos de jóvenes a ser el centro de atención bebiendo su whisky etiqueta roja, su outfit importado (de marca que ni ellos saben como la pagarán) y con el mejor perfume, obviamente traído de USA. Todo cool. Sí, llamó mi atención, lo vi por primera vez y ya estaba pensando en él, cruzábamos miradas a cada momento, hasta que se presentó el solo, para mi era como si esa luz blanca que ilumina a los actores cuando hacen monólogos en el teatro, se había posado sobre nosotros. Su mirada hablaba por los dos, ¡Salud Rafael! Yo no sabía su nombre, sin presagiar que nunca lo olvidaría para toda la vida. 

Los noticieros no hablaban de otra cosa, con titulares que la prensa amarilla nunca desperdicia: Joven universitario fue encontrado con 2 kilogramos de droga, leí el desarrollo de la noticia y era él, su foto era inconfundible, su rostro cabizbajo y una decena de policías metiéndole a la fuerza al patrullero. 

Martín, siempre fue él mismo chico alegre y dispuesto a ayudar a los demás, deportista, pero eso sí, sus escrúpulos se ausentaban cuando quería algo, cuando su necesidad superaba todo indicio de vanidad. Volvamos a sus enamoramientos que lo volvieron duro, más que la muerte de su padre carpintero, que hacía ataúdes y lápidas, y que misteriosamente desafiando al destino, hizo uno muy especial para él, que tenía previsto hasta la edad de su muerte, que la orquesta típica que acompañaría el féretro estaría vestida de gala. No era poca cosa, el señor Reynero. Dicen que uno de los ruidos más fuertes en nuestro ser, es cuando un corazón se rompe en pedazos, ese sonido sale al universo y es capaz de descifrar las poesías de los grandes, esas que se hacían mirando al cielo, sabiendo que una energía supra nos gobierna. Y así fue, en esa discoteca dos años antes, con su metro noventa bien puestos, las zapatillas Adidas, un jean algo ajustado (habría que sacar la mercadería) y un poco negro pegado al cuerpo, y para no perder más, su vaso de Whisky en la mano, lo repito, ese día me enamoré de él. 
Cuando soltamos barcos de papel en las corrientes que ocasiona la lluvia, estamos conscientes de que nadie los pilotea, solo se deja llevar, a naufragar hasta donde el papel aguante, hasta donde la popa se mantiene erguida, hasta donde nuestros sueños colapsen en alguna alcantarilla. Así me dejé llevar y su vida tuvo un efecto inmediato sobre la mía. Hoy jueves, escucho la música de Charlie García, la misma que nos dedicábamos a escuchar horas de horas en mi casa, yo contándole mis historias y él perdiendo su mirada en el universo paralelo, del qué sería si... 

Yo treinta y tres años y el veintidós, pero sus mañas, sus tatuajes, su capacidad casi enfermiza de victimizarse no cuadraban en  mi estereotipo de joven bien, aún así, seguíamos en este amor especial, cíclico, cómo dirían los expertos, en este amor con habilidades especiales, a veces manco, cojo, ciego, sordo, mudo y para colmo bruto. No era todo malo entre ambos, hubo mucha comprensión, fue impecable mientras estuvimos, no supe distinguir si alguna vez fingió, o si realmente me quizo, pero en lo que pudo lo demostró. 

“El joven identificado como Martín García, confesó que esa droga la trajo del bajo Huallaga y que su función era repartir a los microcomercializadores y que se auto culpaba sin otro cómplice de por medio; que sería sentenciado a 15 años con beneficios penitenciarios y que en las próximas horas sería trasladado al penal de la ciudad a cumplir la condena sin juicio alguno”. 

Muchos proyectos pasaron por mi escritorio, muchas obras de arte observaron mis ojos, también algunos amores que no tenían el ancla que tuvo éste, me convertí en uno más del montón, un cronista, articulista para un conocido diario nacional. Nunca superé ese metro noventa y ese cuerpo esbelto que le gustaba acariciar mi espalda y mi cabello. Pasa el tiempo y no sabemos si nos hace más sabios o más cuidadosos, pero si estamos seguros que nos hace eso, más viejos. 

Faltaban dos días para mi cumpleaños número 43, justo un día después de ganar un premio nacional de literatura, desde donde estaba sentado tomando una tasa de café, en el segundo piso de un edificio de la Plaza Mayor, podía observar las calles húmedas de cuzco, cuya ciudadela había colapsado y estaba cerrada por la ineficiencia de nuestras autoridades. Esa ciudad seguía siendo mágica para mi, eran veintitrés años seguidos que visitaba la ciudad de los Incas, era mi casa, mi segundo hogar. Mientras observaba los remolinos al batir la panela en mi tasa de café, pensaba en la lealtad, en los momentos trascendentales que marcaron como un tatuaje mi vida, cumplir 43 años es rendirle homenaje a media vida, con todos sus saltos, sobresaltos, caídas y levantadas, a amores propios e impropios, a un alma que ya no es del viento, sino que se urbanizó de tal manera que la tecnología es una madrastra cruel que te crea otra vida y luego te la quita. Hacía frío en esa mañana de noviembre, 28 como siempre, en cualquier lugar del mundo celebrando solo mi cumpleaños, los amigos van quedando a tras después de tantos intentos fallidos por perdonar la humanidad que nos hace cometer errores irreparables.

- ¿Siempre planificamos un viaje juntos a Cuzco no?
      Volví la mirada al lado izquierdo de mi hombro.
- No sé si alguna vez fue linda la ciudad, pero siento que me ha recibido bien, es un lugar muy bueno para empezar una nueva vida.
      Seguía absorto, tratando de adivinar esa voz, esa cara algo descuidada por el frío y el sol. 
- Soy yo, Martín, el que te juró siempre lealtad y siempre quizo que me comprendas ante todos mis errores. Te quiero, qué gusto verte. 

     Intenté ponerme de pie, pero mi cuerpo ya no era leve a su voz, era la impresión propiciada por la sorpresa de ver a un amor después de más de 12 años; mientras lo observaba intentamos abrazarnos, pero ya no estábamos sincronizados, quizá el tiempo oxidó los engranajes de las emociones y sentimientos. Quería huir, pero comprendí que nadie se escapa del amor, solo podemos soportarlo. No lo sé, ¿Vale la pena empezar de nuevo? Me desperté. ¿Fue un sueño?, me acerqué al balcón, divisé parte de la ciudad con la sensación de que no estaba solo, sonó la habitación del hotel, contesté con temor, alguien me esperaba en el restaurante del hotel. Era él. 

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