No es una recurrencia barata el decir que la homofobia mata. Lo recuerdo, amigo de infancia, de mediana estatura y rellenito hasta el día de su muerte. Cuando murió, yo dormía en una Medellín alborotada por el festival de las flores, eran las tres de la mañana y fiel a su estilo se me presentó en sueños a invitarme a su nueva morada, me jalaba de los pies y las manos. Me dio pesadilla. Al despertarme asustado, agarré mi iPhone, vi la lamentable noticia en Facebook, mi amigo había muerto.
Era gay, nunca se atrevió a salir del closet porque estaba lleno de miedos y prejuicios, sus charlas preferidas eran los reinados del Miss Mundo y del Miss Universo, también del Voley femenino. Vivía enamorado de un compañero suyo, sé que se correspondían, pero en la soledad de cualquier rincón peligroso, solo ahí. De familia completamente homofóbica y fue en una reunión que organizó con otros amigos homosexuales, ahí en ese lugar que le servía de “hogar” y también de gueto, que vi por primera vez un beso entre dos hombres y comprendí que para amar no se necesita más que dos almas en común.
Padre, madre y tía le daban la espalda por ser “aparentemente” homosexual, nosotros sus amigos siempre lo supimos, pero no importaba, era un inmenso ser humano, mejor amigo y buen profesional. Tengo cierto sabor amargo, pero no tengo miedo al decir que a él lo mató la homofobia de sus padres, quienes a veces valiéndose de cualquier error, tomaban como cualquier excusa “el qué dirán”, sabiendo que el verdadero motivo eran sus prejuicios, lo maltrataban física y psicológicamente, creando en él un ciudadano de segunda clase, lleno de miedos, traumas, a tal punto que un mal día se infectó del VIH. Como era se esperarse sus padres nunca, hasta el día de hoy (los encontré hace poquito) aceptaron la enfermedad y se fue muriendo poco a poco.
Esta historia me trae a reflexión que los padres no son los dueños de la sexualidad de sus hijos, por el contrario deben ser el soporte, basados en principios y valores, en creatividad, integridad de criar y educar hijos cuyas habilidades y talentos no se centren en su orientación sexual sino en sus talentos y capacidades.
Hace poco soñé a mi amigo, era un niño que jugaba a las canicas, me miraba y sonreía. Yo también sonreí imaginando que este mundo está hecho para lucharlo día a día. Por él y muchos es mi lucha para los derechos LGTBI, por un mundo de igualdad, para que la homofobia no nos siga matando.
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