En Perú recurrimos con frecuencia al chisme, al cuento barato, a la idealización de ídolos populares que tarde o temprano con talento o no, sucumben al trajín de la fama y a todas esas vicisitudes de la vida, donde el sufrimiento del protagonista se usa y abusa para generar el morbo, cual gen está dentro de nosotros los espectadores.
Me refiero al filme Chabuca, que salvo a la buena actuación de Sergio Armasgo, es un intento de hacer una biopic poco creíble, más aún con la polémica del libro de Alex Brocca, (que apareció justo a la hora de vender los panes calientes, favoreciendo a la taquilla), bailarín que mantuvo una relación de una década con el protagonista, que personifican en la película como el antagonista, abriendo un contrapunteo e intentando tirar a bajo la veracidad de la historia misma, que desde ya tiene muchos vacíos en su construcción y se demuestra en un guión mal estructurado.
La productora quizá hizo su máximo esfuerzo (porque no se le puede pedir más a Tondero), los mismos actores, casi, casi los mismos personajes y esa mala costumbre de romantizar todo. Acá hay dos aspectos importantes en tomar en cuenta, la parte técnica, podría haber sido bien empleada con un mejor equipo de producción y con resultados que no linden con la mediocridad. Lo otro, sin duda, es que siendo el cine el séptimo arte, hay poco de ello, la fotografía se limita a usar el color solo como un matiz. Las escenografías representativas mal empleadas no son otra cosa más que utilería barata. La dirección de fotografía no explota lo que lima provinciana y los ambientes nocturnos ofrecen como deliciosos lienzos. La dirección de arte podría ser un punto a favor, pero solo logra levantar cabeza y de ahí se hunde en los mismos arenales donde vivía la abuela de La Chabuca.
La infancia dickensiana de Ernesto Pimentel es increíble, un intento de cuento que fracasa, porque seguro que a los guionistas les impidieron incorporar hadas con polleras al colleraje de costumbre: Gisela Ponce de León, Karina Jordan o Jely Reátegui. Digo que fracasa porque no encuentro en líneas del propio guión en el momento que Ernesto se considera “raro”, inclusive en el desarrollo de su adolescencia no se encuentran rasgos marcados en lo que se puede inferir que es un personaje homosexual. La sutileza en el cine o se hace bien o no se hace.
Las escenas de amor entre el protagonista y su novio, son pequeños atisbos de carnalidad, que no pasan de las caricias, no muestran personajes sólidos, amantes sórdidos y tóxicos, por poco los actores no hacen el amor con ropa, lo que yo considero falta de solvencia del director por un guión impuesto o el simple afán de crear el reflejo de una imagen del protagonista que no existe, el de una virgen trasnochada que transpira agua bendita, que poco antes de finalizar el filme si más no me equivoco dice que por él el VIH/SIDA, gracias a su lucha, casi no existe. ¿Qué?
Y para terminar, porque tengo para explayarme más, en esta película, en su afán de visibilizar a la comunidad LGTBI, la instrumentaliza, pero ese es un tema aparte.
Lo que pudo ser una producción que inmortalice de manera fidedigna a un personaje muy querido para quienes ven televisión peruana, termina siendo un aperitivo hecho de mala gana, porque a plato fuerte no llega.
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