No quiero imaginarme las épocas ni los motivos por los que Fiodor Dostoyevski pasaba para inmortalizar esta frase; sin embargo yo la acuñaré a varios aspectos de mi vida, así de simple, sin más comas, sin más filtros.
No se puede callar cuando se siente que tus derechos están siendo llevados al abismo por un grupo de ciudadanos que se sienten con la atribución de decidir por ti. Hay que gritar, levantar nuestra voz, que no sea un hilo que se pierda con el murmuro de voces moribundas, los derechos se piden a gritos o nada.
No se puede callar cuando se ama, sea cual sea el tipo de amor que nos tengamos, el amor es un sentimiento muy generoso que implica tenerlo a flor de piel, como un tatuaje personal, como una huella digital, como parte intangible de tu personalidad, como un sello. El amor es un poema que debe ser recitado en voz alta, jamás a escondidas, es un himno donde se inmola la más noble de las armas, la más fuerte de todas y la más grande de las satisfacciones, el ser correspondido.
No se puede callar cuando sentimos que nuestra libertad está bajo barrotes de hierro, cuando nos percatamos que nuestra barrera mental lejos de expandirse se hace más pequeña y hace que caminemos en círculos como quien perdiendo y la paciencia, no podemos permitir que siquiera un segundo se vea amenazada por condiciones ajenas. La libertad es un derecho que debemos usar en cualquier momento; nuestras ideas nos hacen libres y el vivirlas y hacerlas realidad nos hacen plenos.
No se puede callar cuando se siente, jamás. El sentir trae emociones que nos motivan a ser mejores, si tienes hambre grita, grita suave al oído, no toda protesta debe romper tímpanos, sino más bien corazones fríos y vendas de acero. Gritar no significa perdernos los unos a los otros, sino buscar, como un puente, el efecto más seguro de que tu mensaje esté llegando correctamente a quien quieres como parte del cambio en tu vida. No se puede callar nunca, cuando el sentir es de verdad.
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