Obvio, la página está casi en blanco salvo estas primeras líneas que no predicen lo que vendrá. Tengo un libro de apuntes de El Principito, un diminuto maestro Yoda con su espada iridiscente color verde. Antxon se pasea por mi escritorio, es su mundo, más que el mío, salta como quien levantando la mano para darme ideas. veo su carita con sus enormes ojos grandes color marrón, que más de una vez se pondrían acuosos cuando yo deletreaba las cartas de amor no correspondidas y jamás enviadas. De pronto estoy escribiendo alguna carta urgente para el otro lado del mundo y su mirada me descubre, logro mirarle a penas con sus deditos pegados al monitor, como una rana aferrada a una piedra. Cuando no, esta sentado leyendo algún libro o dándome la espalda, en un extremo de mi escritorio.
Una vez le pregunté de dónde salió, de cómo así se hizo real, de cómo así logro compenetrar mi gélido mundo, solo me miró y sonrió como lo hacía siempre, se tiró al vacío hasta caer al piso parqué, corrió hasta desaparecer delante de la pared, como si ahí tuviera un escondite secreto.
He creído más en mi locura que en los Duendes, una especie de de escape a mi realidad, tener un amigo Duende, que te habla bajito, te sugiere, no te juzga, te acaricia sin herirte, te acompaña todas las noches y de vez en cuando te deja un chocolate de bajo la almohada. Mi locura ha sido limitada, siempre con una dosis o media dosis la realidad viene como un chorrero, bañándome de sangre todo, la locura que mi familia a tratado de disimular distinguiéndome como un niño extraño, extraviado en sus propias ideas, perdido en su laberinto de fantasía. Así Antoxn apareció con su música que a nadie le gusta, debió haber nacido en el Nueva York de los 60, aparece de bajo del escritorio jalándome los botapies o dándome un pequeño mordisco en las pantorrillas.
Antes de ayer discutimos porque la vela que encendí no fue un color de su agrado, me miró con esos ojos en cuya mirada pesan decenas de años escondidas me increpó tanto que después de mucho tiempo me sentí cuerdo. Se dirigió a una pila de libros, abrió un viejo libro de Wilde y desapareció entre sus páginas. No lo he vuelto a ver ni sentir hasta ahora, que es miércoles y llueve.
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