- _ ¿Y dónde puedo encontrarla?
—En cualquier lugar de la carretera, camina y camina hasta encontrar una Iglesia. Siempre algún cura la alimenta, la viste y la tiene ahí hasta que se aburre y se va.
— ¿Está loca o es una forma de vivir, algo así como una aventurera?
—Debería hablar con ella, joven. Tiene una historia, pero la gente de acá no la cree, ella está loca o de repente le hicieron brujería.
— ¿Brujería?
— Sí joven, dicen que cuando era señorita era muy bella y un cura la embarazó.
Nunca vimos nacer al niño ni a ella con la panza, solo supimos que ya deambulaba como loca por todos los pueblos. Desde Tocache hasta Tarapoto, esa es su ruta.
Yo la veo siempre, y cada que hay espacio en el carro le hago un jale, apesta un poco nomás, pero caballero, gente es gente pues.
No sabía por dónde empezar a buscarla, no tenía ni nombre ni apellido fijo, no se especificaba su edad ni de dónde venía. Tenía características propias, como los rosarios que pendían de su cuello, obsequio de los curas en cuyas Iglesias se alojaba. Decían que no sonreía, y que aprovechando cierta confianza con ellos, tomaba el agua bendita para saciar su sed.
De su aspecto desagradable y sucio no se podía explicar mucho: medía un poco más de metro y medio, tenía la piel cetrina por el sol inclemente, su cabello era propio de una muñeca sacada de algún tiradero de basura, estaba casi calva. Todo eso constituía su sello personal.
Se la conocía por los poblados dónde hizo su ruta, buscando lo que tanto anhelaba.
¿Qué buscaba?, supongo la hija que perdió, según los lugareños, hace 40 años, pero esa versión también quedó obsoleta, puesto que, si bien es cierto tenía líneas de expresión muy marcadas, un cuerpo delgado; el sentido común de la gente no le ponía más de 30 años.
Me he dedicado al periodismo y a escribir historias que parezcan creíbles, soy de la selva peruana, he recorrido casi toda Latinoamérica nutriéndome de historias, cuentos, mitos, leyendas y creencias de las personas, porque algún día quisiera ser un escritor.
Esta historia me llamó la atención porque tenía todas las piezas para una buena historia, pero a la hora de juntarlas, nada coincidía, nada encajaba, nada me llevaba siquiera por el camino de la verdad literaria que la podía modificar de acuerdo a mis ímpetus y a mi escasa imaginación; que muchas veces fue puesta en duda, porque antes de escribir, investigaba mucho. Así que, yo no imaginaba ni creaba, solo investigaba. Listo.
1867. Finales del interlunio del mes de agosto, la luna apenas se observaba con los bordes iluminados, una mujer desnuda con el pelo encrespado se metía poco a poco en el río, el espejo de agua totalmente oscuro no botaba ninguna figura, el que vio parte de esta historia, enloqueció escuchando las tristes canciones y se tiró al río.
Tres días después encontraron dos cadáveres, uno del hombre que enloqueció y el otro era de la loca de la ciudad, la que hablaba en un español confuso y que todo el mundo decía que enloqueció por el amor del padre de la sacristanía.
1867. A pocos días, a 300 km donde ocurrió el doble suicidio. Inicios de la luna llena, una mujer que se apareció de un momento a otro en la calurosa ciudad de Picota, preguntaba a cuanta persona que se le cruzaba en el camino si habían visto a su hija, como su lenguaje no era suficiente para darse a entender, hacía mímicas.
Pronto se supo que se volvió loca y fue recluida en la casa de unas monjas. Al poco tiempo se escapó y los primeros testigos de esta historia refieren que recorría todo San Martín buscando a su pequeña, caminando por las agrestes trochas, por las espesuras del bosque; nunca logró encontrarla y esta es la mejor manera para comenzar esta historia.
¿Serían la misma persona?, cuando me enteré de estas historias a manera de confesiones, puse de manifiesto la gran cosmovisión de mi gente selvática, cuyas historias trascendían dimensiones, tiempo, distancias y entendimientos.
No habría otra forma de explicar el motivo de su búsqueda, ni el parecido de los cuerpos, ni del lenguaje.
Probablemente era ella. ¿Habrá envejecido?, son más de 150 años de diferencia, qué cosas raras deben pasar en la selva que el reloj se detiene, no sabemos con qué propósito. Las historias aparecen para quedarse y no irse nunca, se enraízan en la memoria colectiva, las hacen cuento y luego leyendas.
Observaba la nueva iglesia con detenimiento, los nuevos santos y santas, se aseguraba que las bancas fueran cómodas y que el olor a margarita silvestre se esparciera como un mal aire dentro de la casa del señor. No se acordaba los pormenores de su vida, ni cuando nació, ni su nombre, ni nada.
Vivía para cumplir el objetivo de encontrar a una hija, que todo el mundo consideraba ficticia, pero que ella sintió crecer en su vientre, sintió sus golpes, el dolor del parto, su profundo desmayo pocos minutos después de alumbrar y luego; el hecho que la marcaría de por vida, no encontrar a su bebe en ningún lugar del mundo o de lo que ella consideraba mundo.
Conversaba con ella misma, se preguntaba en qué momento de su búsqueda fue cuando perdió el quicio, quizá cuando en la época del terrorismo un grupo armado la violó, dejándola inconsciente y tirándola al río, o muchas lunas después, cuando el Ejercito la confundió con una espía terruca y nuevamente abusaron de ella, quienes al darse cuenta de su equivocación y como ya era costumbre, la hicieron pasar como una prostituta rapándola el cabello, para que el pueblo la confundiera con prácticas terroristas y la dejaron a tres horas de camino de Picota, por un bosque llamado el Quinillal, sin embargo la mágica mujer apareció a las horas, sin perder de vista su objetivo, indagando sobre el paradero de su hija.
Así caminé de pueblo en pueblo, hasta que logré encontrarla, un medio día en el que la carretera quemaba como el mismo infierno. De pies descalzos, con cabello ralo, y una bata raída y sucia. No cabía una aguja más en el auto, decidí bajarme, era mi oportunidad de tenerla cerca y conocerla más.
— ¿Hola, cómo estás? Solo recibo una mirada, como un escáner, como una radiografía completa.
—Estoy buscando a Sofía, no la encuentro. Camino de pueblo en pueblo buscándola, nadie sabe dónde está, soy la loca de este sector.
—¿Loca, cómo así? Volvió a mirarme con mucho desdén, el asfalto emanaba calores y olores, como el aliento del diablo.
—Loca, ¿no sabes cómo es una loca? Mírame, huéleme, mira mi cabello y mi piel; más loca me vuelve la gente que encontrar a mi hija Sofía, algunos me dicen que se la llevaron a Lima, pero yo sé que está acá, porque la veo a través de la luna llena.
—Entonces, ¿hoy día la verás?
—Sí.
—Pero loca por qué, se nota que tu apariencia no es la mejor precisamente, pero te expresas muy bien, algo que no me lo esperaba.
—Es que nadie me entiende, a lo largo de mis vidas, he sido de todo y capaz de todo por buscar y encontrar a Sofía y nunca encontré encajar en algún lugar. Mis padres criaban ganados en un pueblo del Brasil, unas monjas me trajeron, quedé embarazada del padre del pueblo, estuve nueve meses encerrada en un cuarto oscuro y mal oliente, al día siguiente bautizaron a mi hija, fue ahí cuando le pusieron el nombre de Sofía y cuando me enteré que me llamaba Brenda...
Llegamos a uno de esos lugares de la carretera donde expenden bebidas y frutas para los viajeros improvisados.
— ¿Para la loquita también? —me preguntó la vendedora.
Brenda agachó la cabeza mirando al suelo, como si maldijera su vida, como si en la arena estuvieran escritos las profecías de su existencia.
—Solo busco a mi hija. —Me dijo por primera vez mirándome a los ojos.
Fue un golpe para mi lado emocional, nunca había visto en mi vida unos ojos tan expresivos, como si fuera un libro con mil anécdotas. Volví en mí.
— ¿Me dijiste a lo largo de tus vidas?
Me miró, calló y siguió bebiendo su agua de coco.
—Es hora de irnos, me dijo como si la tarea también fuera mía.
— ¿Te puedo tomar algunas fotos?
—Si hace rato estás que lo haces, ¿tú crees que no me doy cuenta?
Toma lo que quieras, pero ayúdame, mira todo lo que puedas, mira lo que yo hago, en cada codo del río, en casa balsa, en cada nube que tapa el sol para hacernos compañía, siente el viento que refresca nuestras caras secas, levanta las manos y agradece, no importa a quien, solo recuerda que hay alguien superior a nosotros y que necesita respeto y prudencia en nuestras vidas.
— ¿Me hablaste de tus vidas, llevas una doble vida?
—No. Te hablo de las veces que morí, espiritual y físicamente, de cuantas veces me mataron y decidí vivir, de cuantas veces elegí desaparecer y aparecer otra, con más ánimos y buscar a mi hija.
He matado a cuanto cura, monja o profesor que intentó callar mi historia, los atraje al río y con sus corrientes desaparecieron. Me llaman loca porque no vivo para ellos, porque yo no me baño el cuerpo sino el espíritu, no camino con los pies sino me levantan mis alas.
Estaba confundido, en que si mi historia fuera creíble o no, pero sí seguro que Brenda o como se llamara tenía alteraciones mentales y que en algún momento de su vida tuvo una educación selecta. Encontramos un viejo árbol que daba a una curva pronunciada de la cual se podía observar gran parte del valle del Huallaga. Ella seguía expresándose, juraba que había leído mucho a Borges y a Castañeda, a Sor Inés de la Cruz y a San Agustín. O solo eran ideas mías.
Mientras conversábamos sobre los abusos que cometían los curas con los nativos de la zona, pasó un auto con la ventana de atrás abierta y una niña que intentaba mostrar una muñeca y que el viento se la arrebató de las manos tirándola a la carretera.
Dicen que los instintos salen de la capa más primitiva del cerebro, Brenda al ver eso, confundió la muñeca con un bebe de verdad y se lanzó detrás, yo en seguida hice lo mismo, pero un camión que vino en dirección contraria nos arrolló a los dos. De ahí no recuerdo más, solo una habitación de paredes blancas y la pierna izquierda enyesada.
Seis lunas llenas después...
Desperté en el pabellón psiquiátrico de un conocido hospital que mis padres pagaron mientras me recupere. Huí. Para hacerlo creo que maté a una monja voluntaria, la ahorqué un poco fuerte. Decidí ir a Tarapoto y luego a Picota como un loco más, sin principio ni final, ni historia.
1987. Luna llena, Brenda, se disponía a regresar, sabía que jamás encontraría a su hija, pero que sí encontraría 30 años después a un joven periodista, que regresaría a acompañarla en su búsqueda. Ambos locos, ambos dominantes del tiempo y de la historia.
Comentarios
Publicar un comentario