De pronto el gato vomitó una canica nacarada. Se puso entre
el televisor y yo, y como si nada hubiera pasado se desperezó y siguió su
rutina indiferente y narcisa.
¡Qué asco! Tener esos animales en casa debe ser todo un lío,
dije.
Javier salió de la cocina con un vaso de yogurt, esos que se
venden como orgánico y vegano, es que él es fitness pues. Qué pasó Lucio, me
dijo antes de sorber un poco de su bebida. Nada, solo me incomoda que tu gato
ande vomitando canicas por la casa, no quiero ni imaginar lo que defeca, ¿lo
puedes alejar de mí, por favor? Javier, entiéndeme, con esto del virus corona
le entro pánico a todo, hasta a mi propia respiración. Está bien, Lucio, está
bien, me dijo moviendo la cabeza a ambos lados, como si yo acabara de decir una
salvajada, alguna cagada.
Él, es un tipo que me simpatiza, con el tiempo hemos logrado
construir un vínculo, una especie de puente emocional, que por algún motivo más
fuerte que nosotros, no nos atrevemos a cruzar. Yo, estaba leyendo por enésima
vez el Aleph, para ver si le encontraba otro significado o quizá alguna arista
nueva que los críticos se atreven a tocar a medias, y él entra a mi habitación,
me quita el libro de las manos, lo ojea y me lo devuelve en la misma posición,
sin desordenarlo; se acuesta junto a mí, en la cama y empieza a hablarme,
mirándome a los ojos, buscando atracción, como si no le bastara con mirarme. Cierro
el libro y lo miro también, yo sé que el coquetea, tengo esa seguridad que lo
hace porque sí, porque le da la gana, porque puede, porque siente que tiene
cierto dominio en mí y le gusta ponerme en tensión, como si cruzaría despacito
ese delgado puente medioeval de nuestra atracción evasiva, y a medio camino se
detuviera, justo antes de darme un beso.
Oye Javier, qué hay con tu gato, eh, cada vez que lo traes a
casa hace un espectáculo que me incomoda y para colmo, soy yo el que termina
guardando las canicas en un recipiente de cristal. Lucio, te haces o eres, son
perlas, mi gato tiene la peculiaridad de escupirlas o cagarlas, me di cuenta
hace poco, cuando me levanté a las tres y tantos de la madrugada, lo vi convulsionar
y después de un ronroneo que no es habitual, expectoró la canica, y así pasaron
los días haciendo lo mismo, por eso decidí traerlo a tu casa, porque Nina es
capaz de soltar el secreto y nos fregamos todos. Por eso te he pedido que me
las guardes. Son bonitas ¿verdad? Sí Javi, son bonitas, no sé qué decirte, no
sabía que tu gato era mágico. Y nos reímos los dos.
Como si quisiera cambiarme de tema, me llevó de nuevo a la
tensión sexual, acercándose lo más que pueda, hasta sentir su respiración ¿te
gustan los masajes? Me dijo cruzando las piernas como tijeras echado boca
abajo, haciendo dibujos con los dedos en el edredón verde. Claro que me gustan,
pero hoy no tocan, solo los martes y los sábados son los que viene la señora
Milena a dármelos y aprovecho en dormir lo más que pueda, ¿vienes el sábado? No
Lucio, no podré, ¿y si nos vamos al río? ¿Ahorita? Sí, ahorita, fácil dejamos a
Aquiles en casa de mi enamorada y fugamos, este cuerpazo necesita sol.
Javier y yo habíamos generado una especie de convivencia, le
separé un lugar en mi ropero para sus pertenencias y su estadía en casa sea
cómoda, es que era un buen compañero y era uno de los pocos amigos con los que
me sentía más a gusto, con el que podía vivir sin importarme nada, sin sentirme
invadido o incómodo.
¿Nos vamos en carro o en bici? Le pregunté, porque
compartíamos el ciclismo como parte de nuestra vida en común. Sí, teníamos una
vida en común, él tenía novia y yo novio, en verdad era una relación extraña,
al final lo que contaba era la facilidad con la que éramos felices.
Alistamos las mochilas, las bicis y nos uniformamos, solo
ocho kilómetros nos separaban de una tranquilidad muy cercana al paraíso.
Subidas y bajadas a lo largo de la carretera que nos mostraban hermosos valles
y montañas verdiazules. Toma un poco, me entregó una botella de Gatorade, se
sacó la chompa KTM como si disfrutara ser visto, sus pectorales y abdomen
llamaban a gritos unas manos que los recorriera y unos labios que le hicieran
sentir lo que tal vez no sentía con nadie. En cambio, yo no podía ni sacarme
los lentes porque terminaba insolado, él no, su esbeltez estaba a prueba de
todo.
El río nos recibió con ese suave susurro, hacemos un poco de
yoga, le pregunté. Claro Lucio, de paso me das unos masajes en la espalda. No
Javier, le corté en seco, qué pesado eres con eso, los masajes son los martes y
sábados y no los doy yo. Sonrío. Y así fue, antes de bañarnos practicamos
algunas posiciones que eran mis favoritas, la postura del guerrero, de la
silla, pinza del pie, postura del perro hacia abajo y la postura del niño,
totalmente relajados nos metimos al agua, los árboles intentaban darnos sombra,
las ramas se juntaban de orilla a orilla, dejando un gran espacio por donde se
cernían los rayos del sol, como un cenote.
Te quiero mucho, me dijo abrazándome fuerte, encajando su
cuello sobre mi hombro, como un rompecabezas. Me puse un poco nervioso,
apareció la tensión, la misma de siempre. ¿Era malo aquel acercamiento? No
quería ser el mal pensado ni terminar fregándola todo, tenía miedo de cruzar
ese puente que tanto nos costó construir. Me siento un poco exhausto Javier,
gracias por tanto cariño, es hora de irnos, tenemos que llegar a la ciudad
antes que anochezca.
Lucio, escuchaste sobre la hora mágica. ¿Cómo así? ¿Qué es?
Entre las tres y tres y media, se abre un portal y pueden ocurrir hechos
paranormales, la hora mágica le dicen. No Javier, nunca escuche de tal hora,
apurémonos, ando un poco cansado. Llegamos sin contratiempo, estacionamos las
bicicletas en el garaje al costado de la camioneta.
¡Yo invito las pizzas hoy! Necesito grasa para tener qué
quemar mañana en el gimnasio. Perfecto, le dije mientras preparaba mi baño de
agua caliente con sal de maras. ¿Nos
bañamos juntos? Me dijo rapidito, sin darme tregua a contestarle. De pronto
estábamos los dos en la tina, jugando con el agua, chapoteando como niños,
intentando cruzar el puente para no ahogarnos con nuestras ganas y nuevamente
quedándonos a medio camino, en la parte más elevada del arco.
Lucio, le diré a Nina que traiga a Aquiles y se quede a
dormir acá hoy, y de paso te convences de la magia. ¿Magia? Siempre voy a poner
en duda la magia que tú dices, en fin, que venga Nina y de paso come con
nosotros la pizza. No Lucio, ella ya tiene otros planes, se irá al spá con sus
amigas, hoy hay cierra puertas, engreimiento total para ella. Además, Lucio,
ella no me quiere, está conmigo porque ya, para no aburrirse. Ah, bueno, será
para otro día.
Me sorprendía la facilidad con que se mimetizaba, en
vestirse, comportarse, conversar y hasta adoptar horarios y costumbres, entró a
mi habitación tal cual lo hubiera imaginado, con un bóxer azul y un polo de
algodón suave, apretado en la parte del dorso. ¿Te gusto? Me preguntó mientras
se reía, mirando su teléfono móvil.
Sonó el intercomunicador y en la pantalla se veía Aquiles en
los brazos de la bella Nina. Bajó rápidamente, la saludó con un suave beso en
la boca, intercambiaron algunas palabras y se despidieron. ¿Sabrá Nina sobre
las perlas? O en todo caso, ¿sabrá algo del gato o de la hora mágica? Respuestas
que quizá nunca sepa.
¿Puedes dejar la puerta de tu habitación abierta para que
Aquiles entre y salga y podamos dormir tranquilos? No molestará, te lo prometo, es un gato muy
educado. Accedí.
Su tema favorito era la arquitectura, lo escuchaba con mucho
interés porque me daba tips de cómo hacer funcional algunas cosas que entraron
en desuso, me ayudaba en decorar la biblioteca o la terraza donde había peces
chinos. Sí, recuerdo alguna vez, cuando él diseñaba un puente pequeño por
encargo de algún cliente, nos dibujó a ambos extremos, algún día los dos
cruzaremos ese puente y nos visitaremos, me dijo, y si somos valientes ya no
nos quedaríamos a la mitad, disfrutaríamos del recorrido y miraríamos siempre
paso tras paso la distancia que será la experiencia más bonita, los puentes
fortalecen vínculos, nos unen, nos acercan a lo que somos, a nuestra esencia. ¿Te
atreverías a cruzarlo conmigo? La respuesta quedo flotando en el aire.
Javier era un soñador, un cuentero, sabía mi afición por lo
sobre natural, ¿pero que su gato excrete perlas?, me parecía algo más que
extraño, una patraña, probablemente era un truco que inventó o en el mejor de
los casos amaestró al buen Aquiles en el noble oficio de las pantomimas, en
fin, cosas de él y de Nina, seguramente. Después de comer la pizza, observando
el acuario, me volvió a hablar de la hora mágica y que hoy me iba a demostrar
que eso existía.
Nos pusimos a ver Netflix, me aburrí porque escogió una
serie de lucha libre, qué cansancio, violencia gratuita. Me puse a un lado
dispuesto a dormir, a lo que bajo mi sospecha o más seguro la suya, me
preguntó, acercándose un poco ¿y si te doy un beso?, yo accedí predisponiendo
la cara, cerrando los ojos, lo hizo con mucha ternura al principio, con
intensidad y pasión después. Las posturas del yoga valieron de mucho, bizarro
pasatiempo. Cuando terminamos, sentí que ambos habíamos cruzado el puente de
ida y vuelta, y estando los dos en la misma orilla, estaba seguro que la hora
mágica había sucedido en esa distancia y tiempo, en ese atrevimiento, no a la
hora que el pregonaba, si no, en ese momento que vencimos nuestros miedos para
querernos bien; le cogí suavemente el mentón y le di un tierno beso en la boca,
él se agazapó sobre mi pecho y nos quedamos dormidos.
No recuerdo qué soñé antes de que me despertara. ¡Lucio, Lucio!
Mira a Aquiles. Una luz que no supe de dónde iniciaba o terminaba envolvía al
gato, sus ojos eran dos círculos de color jade incandescente, se paró como un
humano y con sus patas delanteras sacó las perlas una por una de su hocico y
las colocaba cerca suyo, la luz se difuminó y el gato volvió a ronronear y
quedarse dormido. Me quedé con él, sin reacción, abrazándolo, asustado,
impresionado, pero sereno, al otro lado del puente.
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