Una colilla de cigarro más, un
cenicero que va reventar.
La misma historia triste y sin
final, el mismo cuento de nunca acabar
y la carcajada de otra madrugada…
Ya dejé de contar los días, para
bien o para mal, estoy sumido en una sensación de letargo. Te seré honesto
María Fe, es como un sueño; sí, estoy viviendo un sueño, una pesadilla, para que
me entiendas mejor. Si alguna vez dudé que hay personas que nacen opacas,
hoy ya no es una duda, de que quienes nacemos con poca luz; y como para cerrar el designio de la vida, nos encierran en cuartos
oscuros. Quizá ya no te sorprenda nada, porque el encierro más angustioso que
he vivido, ha sido con mi propia alma. Encerrado dentro de mí mismo.
La madre de mi hija ha venido a
visitarme, no tuve la valentía de decirle que no lo haga más, nunca he
permitido, por amor a mi hija, que alguien me vea derrotado, porque sí María
Fe, esta es la derrota más grande que he tenido. No podía mirarla a la cara, ya
estoy cansado de fingir dolor ¿sabes? Es un latido constante en el pecho, no
suele doler tanto, pero hay días que viene como una hecatombe que me
deja sin respiración y no puedo más; trato de dormir, pero aún en los sueños
más insondables, una terrible voz me despierta, me vuelve a esta realidad fría,
tétrica y dolorosa.
Hola María Fe, han pasado varios
días, no pude escribirte como lo prometí, hicieron una redada en mi pabellón,
decomisaron mi lápiz y todo el papel que tenía, no sabía que debían
contabilizarlos en la Dirección del Centro, así como tampoco sabía que un lápiz
podía ser un arma mortal para quitarme la vida. En afán de eso, me visitó un
psicólogo, me dio cierta desconfianza el exceso de optimismo y como trataba de
inocularme situaciones de empatía hacia los demás, espero que la próxima esté
de mejor ánimo. He tenido una sorpresa, un poco grata, el papá de uno de mis
mejores amigos, es mi vecino de celda, sí, el papá de Jorge, el señor Octavio, que
de muy buena manera me prestó un libro, El beso de la mujer araña; ahora sí, no
me cabe la menor duda que es maricón.
Hola, espero que estés bien, he recibido
una carta de mis padres, tus ex suegros, los extraño. Sin decírmelo, en cada
línea escrita, ellos me piden explicaciones a gritos, ojalá mi condena y la
vida misma me brinde la oportunidad de reencontrarme con ellos, no hay noche en que mi corazón deje de estrujarse pensando en ellos y en mi pequeña niña. Ayer
me dijeron que cumpliré dos meses de recluso y aún no recibo
sentencia, siento que esto ya supera la eternidad de no tenerte cerca, aun así,
la fe, la poca fe que tengo, me devuelve la esperanza de que algún día las
cosas mejorarán. ¡Vaya consuelo!
El invierno hace que la humedad
en mi celda se retenga, siento mucho frío y hay noches enteras que no puedo
dormir, sino fuera por algunos compañeros reclusos, esto sería realmente un
infierno. A propósito de ellos, estoy aprendiendo a la fuerza a socializar. María
Fe, encontré buenos ejemplos de vida para seguir adelante, pero siento que me
faltan las ganas de seguir viviendo. No sé, he hablado también con el psicólogo
de mis constantes cambios de ánimo, estaré medicado unas semanas. Ya te contaré
cómo me fue, si es verdad que los medicamentos te vuelven más loco, o realmente
te ayudan, lo que sea, lo que fuese, necesito estar bien.
Se burlan cuatro paredes, rutina
a puertas cerradas,
y un carnaval de barrotes,
bailando sobre mi cama.
Extraño aquella cometa, que yo de
niño volaba,
y a mis amigos del barrio, que
mis canciones bailaban…
Este puñado de manuscritos llegaron
a mi dirección una mañana de agosto, demasiado extraña, hace poco que me he
mudado a mi nueva casa. Soy María Fe, tengo 48 años y como pocas veces, me ha
causado intriga, pues nunca he tenido alguien tan cercano que haya estado
recluido en algún centro penitenciario. Si bien es cierto, la vaca ya no se
acuerda cuando fue ternera, he sido de todo en esta vida, pero de mis novios me
acuerdo muy bien. Efectivamente, tengo
un amigo que se llama Octavio que ya cumplió condena en San Jorge, se volvió
actor y pronto estrenará su primera obra, El beso de la mujer araña.
En los tiempos que estuve en
prisión, no hice más amistades, más que la troupe teatral a la que pertenecí y
donde aprendí a actuar, todas ellas un grupo de mariconas viejas, que sacaron
el talento que llevaban escondido. No recuerdo a ningún amigo de mi hijo, mucho
menos algún pretendiente dentro de la prisión. Definitivamente no quiero recordar
nada, no me conviene. El sábado estrenan mi obra, seré el protagonista, el
viejo revolucionario que seduce a un joven dentro de prisión, seré la araña.
El preso. Sí, él no llegó a
salir de prisión, me cuenta mi madre que yo tenía dos años cuando entró a la
cárcel, nunca lo conocí, por lo menos no lo recuerdo. Estaba viviendo en Nueva York
cuando recibí un aviso fiscal, donde se me exigía recoger sus pertenencias. Un
viejo reloj, libros y un puñado de manuscritos, a los que ordené cronológicamente
y edité, porque ellas venían con un pedido especial de César, mi padre, recordar a su primer y gran amor, obvio que no era mi madre, sino la hermana de
su enamorada de juventud, María Fe. Sí, tiene mi nombre, imagino que en honor a
ella.
Quiero cantar de nuevo caminar y
mis amigos buenos visitar,
pidiendo otra oportunidad. Bajo
el farol del pueblo conversar
y en una fiesta linda celebrar, mi
libertad…
¡Qué fuerte! Al leerlo fue como verlo sentado en su celda oscura escribiebdo esas cartas.
ResponderEliminarHola Heleny, un gusto. Pronto publicaré otro cuento, espero que me sigas leyendo. Besos.
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